Mil años, un día refleja el drama de la comunidad judía marroquí, arraigada en Marruecos desde hace más de mil años y que se exilió en un día, tras la creación del Estado de Israel. Drama que el autor asocia al drama del éxodo palestino. El personaje principal, Nesim, alter ego del escritor, toma conciencia del drama cuando ve las imágenes de Sabra y Chatila (1982) y revive la memoria milenaria de los marroquíes judíos. Es un relato en donde judíos y musulmanes comparten el mismo destino.
«El relato de Nessim, nieto de judíos oriundos de Palestina en la época del Imperio Otomano, oscila entre el remoto pasado familiar en Beirut y el Cairo con las noticias de la matanza perpetrada por las Falanges Libanesas encuadradas por Sharon. La evocación de unos tiempos borrados, de la casa familiar abandonada y vacía, del cementerio marítimo de una comunidad extinta acompaña su recorrido solitario del espacio en el que transcurrió su niñez (...) La visita de Nessim a la tierra de sus ancestros palestinos, en plena guerra de Líbano y tras el horror de Sabra y Chatila, le hará apurar hasta la hez la copa de la amargura: la cruel reiteración de la historia. Los recuerdos se yuxtaponen, los espacios se mezclan, su discurso febril es el de un exiliado por partida doble, de alguien privado de la dimensión milenaria que daba sentido a su vida. De ahí el epígrafe de uno de los capítulos del libro que da su título a la novela: “Si es cierto que mil años pueden transcurrir como un día, nada impide que un día transcurra como mil años”».
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